Las
librerías rebosan de libros sobre el tema. Casi todos están escritos con una
paciencia insufrible, repasando obviedades bajo la premisa de que no hay obviedades
y de que nada, pero nada, debe quedar librado al azar.
―Todo está librado al azar, libro estúpido ―podría retrucar uno. Pero no es muy
recomendable ponerse a retrucarle cosas a un libro en una librería. La gente te
miraría de reojo y hablaría mal. Ya sabemos cómo es la gente.
Estos libros tienen una premisa sencilla: te enseñan cómo triunfar en una
entrevista laboral. Explican cómo preparar el CV, qué ropa usar, qué destacar,
a qué hora llegar, cómo sentarse, cómo pararse, qué decir, qué callar, cómo
sonreír, cómo saludar.
El mecanismo que se ponía en marcha junto al número alto en el sorteo del Servicio Militar
Obligatorio consistía en una versión a veces inversa, a veces
desfigurada, de las premisas de estos libros: había que prepararse no para
triunfar en la entrevista sino para fracasar. Había que demostrar que uno era
un completo fiasco, una vergüenza para las fuerzas, para el país, para la
especie humana; que nadie en su sano juicio lo reclutaría, que mucho menos le
daría un arma de fuego o las llaves de un tanque de guerra. Que nadie, por más
desesperado que estuviese, lo querría en sus filas. Ni siquiera los Testigos del
Jehová o el Partido Verde Humanista. Ni Greenpeace, que parece agarrar lo que
todos los demás tiran a la basura.
El objetivo último era que algún militar decretara tu inutilidad y te pusiera
el esperado sello en el Documento Nacional de Identidad. Sello que, en la
actualidad, cualquier organización de gordos, maricas, enanos, monstruos
deformes, chicatos o discapacitados no
se cansaría de difamar, insultar, denostar en nombre de la lucha contra la
discriminación. Sello que grababa a fuego un estigma que
uno debería cargar durante toda su vida; sello que le indicaría a todas las
personas que revisaran tus papeles que eras un inservible, un estropeado, el
hazmerreir de tu generación. Sello hermoso, dorado como el Sol, plateado como
la Luna, brillante como el arco iris; sello con reminiscencias paradisiacas,
celestiales, gloriosas. Sello que olía a libertad. Sello que establecía que uno
era DAF.
Deficiente para la actividad física.
No una persona con capacidades físicas diferentes, ni con capacidades físicas
especiales. Ni siquiera una persona no apta para actividades físicas. Nada de
eso. El documento que uno usaba para votar, para identificarse en la calle,
para sacar de una biblioteca libros sobre cómo triunfar en una entrevista
laboral, para salir del país o para pedir un crédito bancario, ese documento,
tenía un anuncio bien explícito sobre su portador: se estaba en presencia de un
deficiente. De un DAF.
Y yo también quería ser un DAF.
De hecho, quería ponerme al frente de todo el pelotón de DAF y gritarle al
mundo:
¡Soy un DAF!
¡Soy un deficiente para la actividad física! ¡Y tengo mi DNI para probarlo!
Buena
parte de quienes lo veían con agrado, buena parte de quienes hoy ven con agrado
su improbable remake, nunca dejaron de destacar la función
“socializadora” del Servicio Militar Obligatorio. En este contexto,
“socializadora” quiere decir “homogenizadora”: nivelar para arriba y para
abajo.
“La colimba, con todas sus deficiencias, era uno de los pocos lugares donde se
mezclaban todos los estratos sociales, lo cual era bueno ―escribió alguien
en un foro de Internet―. Le hacía bajar los humos a los cancheros de Recoleta
pero también les enseñaba a leer, comer con cubiertos, etcétera, a quienes
venían del Impenetrable. Tenía cierta función socializadora”.
Expresiones como “clase” o “estrato social” siempre han sido problemáticas
cuando se trasladan del texto teórico a los hechos empíricos. Pero en 1993 la
formalidad terminológica y las prácticas materiales efectivas habían alcanzado
un punto de fusión inequívoco: los chicos con plata no hacían la colimba, los
chicos sin plata sí. Eso no era nuevo, pero se había llegado a tal grado de
corrupción, a tal grado de aceptación colectiva de la corrupción como parte de
los hechos naturales de la vida, que sólo faltaba una ventanilla de pago con el
cartel “Pagos por excepción del servicio”. Ya no se trataba de tener un padre,
tío, abuelo, vecino o amigo de la familia con contactos, sea para pedirle un
favor, sea para coimearlo; ahora, cualquiera con plata sabía que zafaba. Ni siquiera hacía falta el contacto
previo; simplemente había que acercarse al primer cabo que se encontrara,
preguntarle a quién pagarle y listo el pollo.
La naturalización del pago por la exención del servicio (que se sumaba a todos
los otros medios formales de exención) ejercía presión sobre los números de
sorteo intermedios: si buena parte de quienes sacaban números altos quedaban
exentos del servicio, los reclutas debían salir de quienes habían sacado
números de sorteo inferiores.
En ese clima social e institucional, el azar quedaba sepultado por el peso de
la historia: el que venía del Impenetrable y no sabía usar cubiertos, que había
sacado 390 en el sorteo, debía ocupar el lugar del canchero de Recoleta que
había sacado 990.
Función socializadora: al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen.
Función socializadora, de nuevo: si tu
número era 648 y tenías cinco centavos en el bolsillo, que era mi caso, sabías
que ibas a hacerle un favor a la Patria: te sacrificarías para que los
cancheros de Recoleta que habían sacado 990 siguieran tomando sol en La Barra.
Y el favor lo harías junto a los que venían del Impenetrable, quienes, por otro
lado, seguirían comiendo con las manos.
En su libro ¡Chau,
loco! Los hippies en la argentina de los setenta(Galerna, 2004), el así llamado “músico” Miguel
Cantilo describió como
sigue este “campeonato de malestares auténticos o fabricados”:
Había mucha anécdota exagerada sobre el tema, y aunque es posible que Cantilo
se imaginara muchas de estas cosas (le hubiera venido bien la colimba a ese
hippie pulguiento…), puedo dar fe de haber compartido revisación con un pibe
que había tragado algodón con la esperanza de simular manchas cancerígenas, y con
otro que por algún motivo misterioso que sólo él entendía se había atado el
pito con hilos de saquitos de té (así había evitado orinar durante días,
sostenía, y eso lo eximiría del servicio). Los demás apelaban a cualquier
truco: comer de más, comer de menos, medicarse, no medicarse, declararse
alcohólico, drogadicto, chiflado, puto.
La homosexualidad merece un párrafo aparte. Las historias que circulaban nunca
omitían al pibe que le pedía a algún amigo del alma que por favor le hiciera el
culo, para no pasar el examen castrense. Porque los homosexuales, se entiende,
no hacían el servicio militar. El razonamiento marcial no era muy jugado, pero
a sus fines resultaba práctico: no puede haber soldados putos, y la única
manera de determinar si un tipo es puto, o no, es metiéndole un dedo en el culo
para comprobar científicamente si alguien, previamente, ya ha insertado algo
allí dentro.
También los homosexuales tenían sus siglas para el documento, mucho menos
simpáticas que DAF y casi tan penosas como DAF SIDA. Sus siglas eran OAD.
Orificio anal dilatado.
La mayoría, que no teníamos orificios anales dilatados ni habíamos comido
algodón ni nos habíamos atado el pito con hilos de bolsita de té, sólo
queríamos irnos a casa. En serio. Queríamos seguir estudiando (yo estaba en el
CBC), trabajando (lo hacía en una escuela, como docente), queríamos seguir
cerca de nuestras familias, amigos y chicas del momento; queríamos seguir
nuestras vidas sin que el Estado pusiera un paréntesis donde se le antojaba que
había que ponerlo.
El mito A.D.
Ya está.Tenía el 814
inamovible. Me tocaba la colimba y nadie que te salve. Acercándose el año 87,
nos tocaba revisación médica. Recuerdo haber andado averiguando de que se
trataba el tema. Escuchaba las historias de los que ya habían pasado por ese
momento. No eran muy alentadoras.
Algunas te decían que probando con pie plano, testiculos con
venas, asma fuerte, peso bajo, ya estabas salvado. Había muchas estrategías
para aplicar y salir jubiloso de la revisacion.
Pero había una que me llamaba la atención, no por que yo la
tenga que sufrir, sino por alguno que realmente tenga ciertas desviaciones
ocultas hasta este momento. Como hacía ?
Se decía que el examen que te daba el ok en aptitud física
para realizar la colimba, era realizado por un médico que controlaba los
esfínteres excretores de los futuros soldaditos, en busca de ano-malías.
Se decía que era experto en detectar culos rotos. Te
formaban en fila desnudos, te hacian inclinar hacia adelante, y de espaldas te
pedian abrir el libro en la pagina 7. Esto último significaba agarrarte los
cachetes y abrir la colita. Mediante una inspeccion ocular de los culitos,
enseguida encontraba evidencia condenatoria.
- Ummmm, me parece que acá hubo visitas !!
- Anote soldado: Orificio anal dilatado (OAD).
Todos los presentes festejando el hallazgo !!
Acto seguido, te estampaban un sello rojo en el documento
con el motivo de exceptuado de la colimba: OAD o simplemente AD. Esta era una
forma alevosa de discriminación. Era marcarte como puto.
Andá a cuestionarle algo a éstos. Imposible pedir una
segunda opinión. Y los demas futuros soldados, riéndose a carcajadas y otros
tomando nota, je.
Nunca ví personalmente un sello de este tipo en el
documento, ni me enteré de alguno que se salve por esto.
Con el tiempo supe que A.D. era una "leyenda" entre
los reclutas. Nunca existió. Para la excepcion del Servicio Militar Obligatorio
la leyenda dice D.A.F. (Deficiencia en aptitud física). Y la revisacion de
colitas, era para determinar si tenías hemorroides. A los afeminados notorios,
iba D.A.F. derecho y los gays masculinos, a la colimba derecho.
Posdata: Ya estando en servicio, en la revisación médica de
la clase siguiente, me tocó anotar las
"novedades" de los asustados postulantes a
colimbas.
"Fui médico militar hasta el 92 y estuve cinco años seguidos
en el DM San Martin en Ramos Mejía Bs As. hay mil millones de mitos populares
boludos y este es uno de ellos. La “apertura de cantos” es para REVISAR SI HAY
HEMORROIDES. NO HAY MANERA DE SABER por la simple inspeccion si un culo es
virgen o no. Las siglas que se usaban en el documento eran APTO A, APTO R,
D.A.F. y I.T.S. y hasta antes del 83 se ponia el numero de código del
reglamento. Creo que la “homosexualidad manifiesta” era DAF 195. Con el
alfonsinazgo se dejo de poner los numeros y mas tarde se abolió la calificacion
en la libreta. Solo se ponia INCORPORADO A… o EXCEDENTE sin otra explicacion.
Lo de OAD es una broma que, aun en “otras epocas” con menos intervencion del
INADI se podria haber hecho, ya que era una “quemada total”"
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