jueves, 26 de septiembre de 2013

Los Militares y el OAD.

Las librerías rebosan de libros sobre el tema. Casi todos están escritos con una paciencia insufrible, repasando obviedades bajo la premisa de que no hay obviedades y de que nada, pero nada, debe quedar librado al azar.

―Todo está librado al azar, libro estúpido ―podría retrucar uno. Pero no es muy recomendable ponerse a retrucarle cosas a un libro en una librería. La gente te miraría de reojo y hablaría mal. Ya sabemos cómo es la gente.
Estos libros tienen una premisa sencilla: te enseñan cómo triunfar en una entrevista laboral. Explican cómo preparar el CV, qué ropa usar, qué destacar, a qué hora llegar, cómo sentarse, cómo pararse, qué decir, qué callar, cómo sonreír, cómo saludar.


El mecanismo que se ponía en marcha junto al número alto en el sorteo del Servicio Militar Obligatorio consistía en una versión a veces inversa, a veces desfigurada, de las premisas de estos libros: había que prepararse no para triunfar en la entrevista sino para fracasar. Había que demostrar que uno era un completo fiasco, una vergüenza para las fuerzas, para el país, para la especie humana; que nadie en su sano juicio lo reclutaría, que mucho menos le daría un arma de fuego o las llaves de un tanque de guerra. Que nadie, por más desesperado que estuviese, lo querría en sus filas. Ni siquiera los Testigos del Jehová o el Partido Verde Humanista. Ni Greenpeace, que parece agarrar lo que todos los demás tiran a la basura.


El objetivo último era que algún militar decretara tu inutilidad y te pusiera el esperado sello en el Documento Nacional de Identidad. Sello que, en la actualidad, cualquier organización de gordos, maricas, enanos, monstruos deformes, chicatos o discapacitados no se cansaría de difamar, insultar, denostar en nombre de la lucha contra la discriminación. Sello que grababa a fuego un estigma que uno debería cargar durante toda su vida; sello que le indicaría a todas las personas que revisaran tus papeles que eras un inservible, un estropeado, el hazmerreir de tu generación. Sello hermoso, dorado como el Sol, plateado como la Luna, brillante como el arco iris; sello con reminiscencias paradisiacas, celestiales, gloriosas. Sello que olía a libertad. Sello que establecía que uno era DAF.


Deficiente para la actividad física.



No una persona con capacidades físicas diferentes, ni con capacidades físicas especiales. Ni siquiera una persona no apta para actividades físicas. Nada de eso. El documento que uno usaba para votar, para identificarse en la calle, para sacar de una biblioteca libros sobre cómo triunfar en una entrevista laboral, para salir del país o para pedir un crédito bancario, ese documento, tenía un anuncio bien explícito sobre su portador: se estaba en presencia de un deficiente. De un DAF.
Y yo también quería ser un DAF.


De hecho, quería ponerme al frente de todo el pelotón de DAF y gritarle al mundo:


¡Soy un DAF!



¡Soy un deficiente para la actividad física! ¡Y tengo mi DNI para probarlo!
Buena parte de quienes lo veían con agrado, buena parte de quienes hoy ven con agrado su improbable remake, nunca dejaron de destacar la función “socializadora” del Servicio Militar Obligatorio. En este contexto, “socializadora” quiere decir “homogenizadora”: nivelar para arriba y para abajo.

“La colimba, con todas sus deficiencias, era uno de los pocos lugares donde se mezclaban todos los estratos sociales, lo cual era bueno ―escribió alguien en un foro de Internet―. Le hacía bajar los humos a los cancheros de Recoleta pero también les enseñaba a leer, comer con cubiertos, etcétera, a quienes venían del Impenetrable. Tenía cierta función socializadora”.


Expresiones como “clase” o “estrato social” siempre han sido problemáticas cuando se trasladan del texto teórico a los hechos empíricos. Pero en 1993 la formalidad terminológica y las prácticas materiales efectivas habían alcanzado un punto de fusión inequívoco: los chicos con plata no hacían la colimba, los chicos sin plata sí. Eso no era nuevo, pero se había llegado a tal grado de corrupción, a tal grado de aceptación colectiva de la corrupción como parte de los hechos naturales de la vida, que sólo faltaba una ventanilla de pago con el cartel “Pagos por excepción del servicio”. Ya no se trataba de tener un padre, tío, abuelo, vecino o amigo de la familia con contactos, sea para pedirle un favor, sea para coimearlo; ahora, cualquiera con plata sabía que zafaba. Ni siquiera hacía falta el contacto previo; simplemente había que acercarse al primer cabo que se encontrara, preguntarle a quién pagarle y listo el pollo.

Si la colimba, “con todas sus deficiencias”, debía bajarle los humos a los cancheros de Recoleta y enseñarle a usar cubiertos a los que venían del Impenetrable, fracasaba en todo sentido: unos y otros aprendían, de un plumazo, cuál era su lugar. La estratificación ―la conformación de grupos verticales, según la desigualdad en el acceso a bienes materiales y simbólicos― no se licuaba; se acentuaba.


La naturalización del pago por la exención del servicio (que se sumaba a todos los otros medios formales de exención) ejercía presión sobre los números de sorteo intermedios: si buena parte de quienes sacaban números altos quedaban exentos del servicio, los reclutas debían salir de quienes habían sacado números de sorteo inferiores.



En ese clima social e institucional, el azar quedaba sepultado por el peso de la historia: el que venía del Impenetrable y no sabía usar cubiertos, que había sacado 390 en el sorteo, debía ocupar el lugar del canchero de Recoleta que había sacado 990.


Función socializadora: al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen.

Función socializadora, de nuevo: si tu número era 648 y tenías cinco centavos en el bolsillo, que era mi caso, sabías que ibas a hacerle un favor a la Patria: te sacrificarías para que los cancheros de Recoleta que habían sacado 990 siguieran tomando sol en La Barra.


Y el favor lo harías junto a los que venían del Impenetrable, quienes, por otro lado, seguirían comiendo con las manos.

Y seguirían sin aprender a leer.

Había otras formas de evitar la conscripción sin apelar a las coimas o los acomodos. Por ejemplo, si uno era sostén de familia, padre, si tenía un hermano mayor bajo bandera o si desempeñaba tareas en alguna fuerza pública (mi padre, por caso, evitó la conscripción por sus tareas como bombero voluntario). Dado que yo no era sostén de familia, ni padre, ni tenía hermanos bajo bandera, ni desempeñaba tareas en ninguna fuerza pública, sólo podía aspirar al salvoconducto más buscado: ser declarado deficiente para la actividad física.

Obviamente cada pibe que se presentaba en la revisación declaraba tener pie plano. Otros apelaban a tretas más extremas. Cuando uno hablaba con los potenciales reclutas, se encontraba con que la mayoría agonizaba a causa de severos padecimientos terminales imaginarios. Si uno se guía por lo que dice esta gente, pensaba uno, la mayor parte morirá antes de que termine el día.



En su libro ¡Chau, loco! Los hippies en la argentina de los setenta(Galerna, 2004), el así llamado “músico” Miguel Cantilo describió como sigue este “campeonato de malestares auténticos o fabricados”:

Estaban los que respiraban una barra de azufre antes del examen médico para provocarse un ataque de asma, y quienes se hacían pasar por paranoicos, homosexuales, o declaraban sin tapujos su adicción a todo tipo de drogas. Hasta había quienes tragaban corcho en pedacitos a sabiendas de que, en el estómago, este se nucleaba formando una mancha que la radiografía detectaba como ulcerosa.

Había mucha anécdota exagerada sobre el tema, y aunque es posible que Cantilo se imaginara muchas de estas cosas (le hubiera venido bien la colimba a ese hippie pulguiento…), puedo dar fe de haber compartido revisación con un pibe que había tragado algodón con la esperanza de simular manchas cancerígenas, y con otro que por algún motivo misterioso que sólo él entendía se había atado el pito con hilos de saquitos de té (así había evitado orinar durante días, sostenía, y eso lo eximiría del servicio). Los demás apelaban a cualquier truco: comer de más, comer de menos, medicarse, no medicarse, declararse alcohólico, drogadicto, chiflado, puto.
La homosexualidad merece un párrafo aparte. Las historias que circulaban nunca omitían al pibe que le pedía a algún amigo del alma que por favor le hiciera el culo, para no pasar el examen castrense. Porque los homosexuales, se entiende, no hacían el servicio militar. El razonamiento marcial no era muy jugado, pero a sus fines resultaba práctico: no puede haber soldados putos, y la única manera de determinar si un tipo es puto, o no, es metiéndole un dedo en el culo para comprobar científicamente si alguien, previamente, ya ha insertado algo allí dentro.



También los homosexuales tenían sus siglas para el documento, mucho menos simpáticas que DAF y casi tan penosas como DAF SIDA. Sus siglas eran OAD.



Orificio anal dilatado.



La mayoría, que no teníamos orificios anales dilatados ni habíamos comido algodón ni nos habíamos atado el pito con hilos de bolsita de té, sólo queríamos irnos a casa. En serio. Queríamos seguir estudiando (yo estaba en el CBC), trabajando (lo hacía en una escuela, como docente), queríamos seguir cerca de nuestras familias, amigos y chicas del momento; queríamos seguir nuestras vidas sin que el Estado pusiera un paréntesis donde se le antojaba que había que ponerlo.


La mayoría soñábamos con llegar a la puerta del cuartel, que un general nos junara a la distancia y que nos gritara:


―¡Desde acá se ve que tiene pie plano, mequetrefe! ¡Venga que le firmo el documento y váyase a casa!


Pero ya lo sabemos: las cosas no siempre resultan como uno quiere.






El mito A.D.

Ya está.Tenía el 814 inamovible. Me tocaba la colimba y nadie que te salve. Acercándose el año 87, nos tocaba revisación médica. Recuerdo haber andado averiguando de que se trataba el tema. Escuchaba las historias de los que ya habían pasado por ese momento. No eran muy alentadoras.
Algunas te decían que probando con pie plano, testiculos con venas, asma fuerte, peso bajo, ya estabas salvado. Había muchas estrategías para aplicar y salir jubiloso de la revisacion.
Pero había una que me llamaba la atención, no por que yo la tenga que sufrir, sino por alguno que realmente tenga ciertas desviaciones ocultas hasta este momento. Como hacía ?
Se decía que el examen que te daba el ok en aptitud física para realizar la colimba, era realizado por un médico que controlaba los esfínteres excretores de los futuros soldaditos, en busca de ano-malías.


Se decía que era experto en detectar culos rotos. Te formaban en fila desnudos, te hacian inclinar hacia adelante, y de espaldas te pedian abrir el libro en la pagina 7. Esto último significaba agarrarte los cachetes y abrir la colita. Mediante una inspeccion ocular de los culitos, enseguida encontraba evidencia condenatoria.


- Ummmm, me parece que acá hubo visitas !!
- Anote soldado: Orificio anal dilatado (OAD).

Todos los presentes festejando el hallazgo !!

Acto seguido, te estampaban un sello rojo en el documento con el motivo de exceptuado de la colimba: OAD o simplemente AD. Esta era una forma alevosa de discriminación. Era marcarte como puto.
Andá a cuestionarle algo a éstos. Imposible pedir una segunda opinión. Y los demas futuros soldados, riéndose a carcajadas y otros tomando nota, je.



Nunca ví personalmente un sello de este tipo en el documento, ni me enteré de alguno que se salve por esto.
Con el tiempo supe que A.D. era una "leyenda" entre los reclutas. Nunca existió. Para la excepcion del Servicio Militar Obligatorio la leyenda dice D.A.F. (Deficiencia en aptitud física). Y la revisacion de colitas, era para determinar si tenías hemorroides. A los afeminados notorios, iba D.A.F. derecho y los gays masculinos, a la colimba derecho.


Posdata: Ya estando en servicio, en la revisación médica de la clase siguiente, me tocó anotar las

"novedades" de los asustados postulantes a colimbas.




"Fui médico militar hasta el 92 y estuve cinco años seguidos en el DM San Martin en Ramos Mejía Bs As. hay mil millones de mitos populares boludos y este es uno de ellos. La “apertura de cantos” es para REVISAR SI HAY HEMORROIDES. NO HAY MANERA DE SABER por la simple inspeccion si un culo es virgen o no. Las siglas que se usaban en el documento eran APTO A, APTO R, D.A.F. y I.T.S. y hasta antes del 83 se ponia el numero de código del reglamento. Creo que la “homosexualidad manifiesta” era DAF 195. Con el alfonsinazgo se dejo de poner los numeros y mas tarde se abolió la calificacion en la libreta. Solo se ponia INCORPORADO A… o EXCEDENTE sin otra explicacion. Lo de OAD es una broma que, aun en “otras epocas” con menos intervencion del INADI se podria haber hecho, ya que era una “quemada total”"

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